El silbido del volcán exhala los rojos de la aurora.
En el claro de la barranca se refleja la ciudad,
diluída entre las ondas, repentina.
Apabullante el vacío sin recuerdos,
ni pasado, ni futuro; el presente, desierto.
Su rostro innombrado,
las gotas salinas recorren sus mejillas,
son el temblor más fino del agua.
El canto de piedra resguarda los sonidos
sin lenguaje o articulación de la memoria.
La recorre el miedo como sombra ,
intuye las respuesta de un Dios.
—¿Acaso no te encontraste ahora
que la sucesión de tus dudas,
tus recuerdos y anhelos se aleja?
Cocemos el futuro,
recalentamos el pasado,
y pasa crudo el presente sin divisarlo.
Ahora te estremeces y saboteas la realidad
la que te desbarranca y te deja sin adelante o atrás.
¿Acaso no te encontraste ahora que ves más allá de un nombre
que tu rostro te dice lo oculto ayer no por olvido?
Ella busca su rostro en el espejo de agua,
el agua lo da y ella lo observa.
Las ondas se alejan,
con ellas la nostalgia del pasado, del futuro.
El resplandor del sol cincela su presencia.
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La aurora volcánica asombro del tiempo. Muy hermoso en verdad.
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